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Foto del escritorOmar Linares

Tu fábrica de ilusión


Audrey Fretz


Te despiertas por la mañana, visualizas otro día de trabajo, de rutina insípida, de largas horas de obligaciones y sientes que no encuentras la motivación necesaria para empezar el día. Sin embargo, te percatas de que el día de hoy es diferente. Al final de él hay algo que te apetece mucho, un plan especial: quizá una cena con amigos, una velada romántica o cualquier otra situación que anhelabas. De repente, el día parece otro. No necesitas convencerte y sales disparado de la cama. Ahora estás ilusionado, el día promete y quieres empezarlo cuanto antes... ¿Has vivido esta situación?


El funcionamiento de la ilusión


Se trata de un fenómeno curioso. Basta con que haya algo en nuestro día que nos apetezca para que la jornada se nos haga más amena. Cuantas más ganas, más impulso nos produce. Es como si pudiésemos anticipar la felicidad que el evento nos provocará y vivirla en perspectiva. Una luz al final del túnel que alumbra todo el pasaje, acentuándolo con nuevas tonalidades.


El poder de la ilusión parece ilimitado. Igual que la espera de lo que ansiamos puede llenar de energía las horas que nos separan de él, cuanto mayor sea la ilusión, mayor será la estela que deje en nuestros días. Como la cola de un cometa, su fuerza se desprende e impregna nuestra agenda. Todo dependerá del evento. Recuerda las semanas o incluso meses previos a ese viaje soñado; parecía que todo tenía sentido sencillamente porque eso estaba en nuestro horizonte. ¿Por qué ocurre esto?


Sin menospreciar la importancia de cada situación especial, del aporte que todas esas experiencias ofrecen a nuestra vida, parece que el principal motor para que surja la ilusión es la novedad. Lo que la hace aparecer en nosotros es el contraste que percibimos entre nuestra situación actual y la venidera.


La lección de la ilusión


No es que esas experiencias no posean todo el valor que les atribuimos, al contrario; percibimos en ellas todo su potencial. No obstante, esta captación de su valor se da desde un menosprecio del presente que sin lugar a dudas puede tornarse problemática. Somos capaces de reconocer el valor de aquello que rompe nuestra rutina pero, por la misma razón, nos vemos incapacitados para reconocer lo que hay de valor en ella.


Más allá de todo lo que nos hace sentir, la ilusión nos permite reflexionar sobre ella y su funcionamiento. Es fácil ilusionarse por situaciones que sabemos que nos harán felices, y muy difícil hacerlo con un día a día que apenas nos aporta un estímulo por el que merezca la pena movilizarse. Sin embargo, una vez que hemos reconocido que es el contraste entre el gris de la rutina y el fulgor de la experiencia nueva lo que genera la ilusión, estamos capacitados para preguntarnos si de verdad hay tan poca luz en nuestro presente.


La receta de la ilusión


Observa tu rutina e intenta ver más allá de esas tareas que tan vacías y repetitivas te parecen. Inspecciónalas una a una y pregúntate qué podrías disfrutar de ellas, cuánto gozo podrías estar desaprovechando por no percatarte de su posibilidad. No es necesario que te engañes: sencillamente, indaga en todo aquello que sabes que harás y explora la felicidad que podrías sentir con ello.


No te olvides de lo más importante: lo que estás haciendo es repensar tu lista de tareas, echarle un nuevo vistazo a las cosas que tienes que hacer en el día, pero aún no sabes lo que ocurrirá hoy. Una cosa es tu agenda, y otra muy distinta es tu vida. Te invito ahora a reflexionar sobre todo lo bueno que podría ocurrir: amigos con los que encontrarte, personas de valor que conocer, proyectos que idear, momentos de paz que podrían sorprenderte... No necesitas fantasear ni engañarte, la lista de posibilidades reales es enorme.


A diario menospreciamos el mundo de valor que nos rodea. Aquello que no resalta no llama la atención, pero está en nuestra mano dirigir la mirada sobre ello. Oculto en tu día a día puede hallarse una fuente de situaciones por las que ilusionarnos.


No es oro todo lo que me saca de mi rutina, ni carente de valor lo que hay en ella. Lo que se repite pierde su brillo, pero igual que con la plata, es posible recuperarlo si nos esmeramos en desprender cada recoveco de nuestra vida de la pátina que, aposentada por descuido, impide que la luz se refleje en ella y nos devuelva su brillo.


Vivir con ilusión es posible, sin engaños, sin exageraciones. Tener una vida plena, y no solo suficiente, es más sencillo de lo que piensas.


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